Está dentro de mi. Le hablo, negocio y acuerdo. Fantaseo e imagino el momento de volver a encontrarme con ella.
Vive en la memoria de mi cuerpo y la ha llenado de recuerdos que me llevan a recordar sensaciones que quiero volver a tener.
Quiero levantarme en la mañana, hacerme un té verde, preparar mi café en una pequeña prensa francesa con tres medidas de café (me gusta el café fuerte). Quiero abrir mi alacena para encontrarme con un delicioso croissant. Los que compro en la panadería con presentación más grande.
Es solo la mitad ¿Qué más da?.
Pero algunas mañanas, después de dialogar y negociar conmigo misma, me convenzo y concluyo que puedo comerlo entro; porque hice un ayuno de dieciséis horas con lo que compenso y me lo puedo comer.
Porqué no.
Me voy a consentir.
Me voy a compensar.
Así empezó mi recaída. Medio croissant por la mañana. Es todo. Y el resto del día nada fuera de lo saludable.
Termine preparando para recibir a comer a amigos un menú: cero proteínas.
La botana fue lo más sano: queso manchego de oveja, papas Chips amarillas (otro gusto culposo) y aceitunas rellenas de anchoas.
La comida: baguete con queso mozarela, jitomate, un toque de pesto y albahaca, sopa de chayote, ensalada griega, tarta Tatin de cebolla.
Cuando lo pienso me cuesta creer hasta dónde llegué. ¿Qué clase de menú es ese?. Azúcar. Azúcar por todos lados. Tras la pregunta: ¿dónde está la proteína? empecé a darme cuenta del efecto del azúcar en mi cuerpo y aunque su efecto no me gusta el azúcar nuevamente se activo.
No solo me habita, igualmente no negocia, no acuerda, no promete. Es totalmente indiferente a mí mientras me invade poco a poco y sin que duela.
Me siento en un cómodo sillón donde leo y tomo mi café. Me gusta tomarlo realmente caliente por lo que me lo sirvo en un pequeño baso que traje de Marruecos. Así toman el té. El vidrio conservas más tiempo la temperatura.
Me lo sirvo en pequeños tragos qué voy tomando despacio y disfrutándolo mucho. Me gusta la temperatura y acides de cada trago de café.
En la primer mordida que doy al croissant siento como voy cruzando todas ésas pequeñas capas del hojaldre y sin ninguna pausa me encuentro con el sabor y la suavidad con los que la mantequilla lubrica todas mis papilas gustativas.
Cada mordida es placentera.
Es deliciosa.
Grasa y azúcar.
Son la combinación perfecta y también la relación más tóxica.
Entendí que con el azúcar no se puede negociar, no se puede pactar y nunca será una buena amiga o compañía.
Parece que sí, pero tiene un precio que pagar: inflamación, hinchazón, incomodidad, agruras, gases…
Desde hoy él menú del día es sin azúcar: cero harinas (no croissant), ni refinadas, procesadas o cualquier variante. Cero azúcares añadidas, cero cereales. Sin lácteos, sólo quesos de oveja o cabra y jocoque como crema o yogurt. Frutas de bajo índice glucémico. Muchas verduras, crudas y cocidas en ensaladas y sopas. Proteínas: huevo, carnes de res y cerdo, pollo y pescado. Grasas saludables: aceite de oliva, aguacate, granos, semillas…
Nuevamente tendré una dieta 80/20. De lunes a viernes dieta saludable. Sábado y domingo con permisos de pan de masa madre, un poco de vino, alguna cerveza y un algún pequeño antojo.
Cero tolerancia.
Pero no me gustan las restricciones. No funcionó bien con ellas. En cuanto me encuentro con una restricción se despierta mi gusto, mi antojo, mi gana , mí deseo. Es algo que sé de mi. Cuando aparece mi deseo por el croissant de la mañana no me digo: ¡no!. Solo lo pospongo y diseño una estrategia: primero tomaré mi café y disfrutaré tomarlo solo. Después té verde y lectura.
En ayuno tomaré mis adaptógenos (hongo Cola de Pavorreal y Changa) y su efecto aumentará con el ayuno.
Cuando termino el ayuno no tengo antojo y estoy entretenida en algo más.
Ya no pienso en el croissant de la mañana.
Me siento lúcida, energética, activa.
E igual que en doble A es sólo por hoy.
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